"El
taller de Rubén de Loa se halla en el segundo patio, piso
bajo, de un edificio más bien sombrío. Su gran ventanal
recibe la luz colada por enredaderas de hojas constantemente
movedizas. Las hojas hacen verde la luz. Los cristales esmerilados
hacen acuario el verde.
Allí
nos metimos. Rubén
de Loa pintaba. Por lo demás, hace 24 años que Rubén
de Loa pinta sin cesar. Al vernos por encima de su tela, vino hacia
nosotros. Nos ofreció asiento. El se sentó ahí;
mi mujer aquí; yo al frente, entre ambos. Le dije:
-Tu
taller es demasiado verde, Rubén de Loa.
-Verdoso-
corrigió.
-Acuático-
subrayó mi esposa.
Callamos
fumando los tres.
Entonces,
por entre las volutas de humo, me puse a examinar al viejo y querido
amigo.
Su
gran cabellera negra se veía, a causa del reflejo de las
enredaderas, como pasto otoñal poco regado. Conservaba
intactas sus facciones de jaguar. Su cutis seguía terso.
Cierto que es joven aún. Tiene 31 años, puesto que hace
24 que pinta y que pinta desde los 7. Su mirada era en un 90% para
adentro. El 10% restante, al desparramarse, era algo hueco y muy
bondadoso. Fumaba pipa como conviene a un pintor. No estornudaba ni
tosía. Sólo cada cuarto de hora decía:
-Vaya,
vaya, vaya.
A
lo que yo respondía:
-Sí
señor.
Y
mi mujer:
-Así
es la cosa.
Al
cabo de una hora, Rubén de Loa púsose a mirar a la que
es mi mitad. Lo imité. Veíase ella transparente como un
pequeño sepulcro. Su cabellera castaña -en las calles
de San Agustín de Tango- al mezclarse aquí en lo
verdoso, estuvo a punto de producirme náuseas. Mas no así
al viejo y querido amigo que la miraba siempre y la codiciaba.
Me
puse entonces a mirar mis manos para ver algo vivo también de
mi persona en el taller. Sufrían a su vez la influencia del
ventanal, lo que me indujo a sumirme en la más honda
meditación sobre la muerte.
Mi
meditación no era cortada más que, muy de tarde en
tarde, por los "Vaya, vaya, vaya" del amigo y por los "Así
es la cosa" de mi mujer. Hasta que volviendo en parte a la vida,
me pregunté:
-¿Qué
cosa es así?
Pensé
que no podía ser otra cosa más que la pecaminosa
codicia de Rubén de Loa. Juzgué entonces oportuno
cambiar de tema. Ataqué directamente el arte de bien pintar,
diciéndole a mi amigo:
-Vas por mal camino, Rubén de Loa. Vas por mal camino, Rubén
de Loa, pues vives y laboras en una atmósfera artificial. No
puede llevar a buen fin lo que se haga exclusivamente bajo la
influencia del color verde. Si esto, más que un taller, es el
interior de una selva, ¡más aún!, es como nos
imaginamos, sobre todo de niños, el interior de una selva. He
pasado sorprendido toda esta larga hora con el silencio de aquí
dentro, pues a cada momento esperaba oír el canto de los
guacamayos, el ladrido de la comadreja overa y los silbidos del oso
hormiguero. ¿Puede hacerse pintura de este modo?
No
hay peligro- respondió Rubén de Loa-. Desde luego, esto
no es verde y nada tiene que ver con la selva."
J.E.